martes, 13 de julio de 2010

XXV Aniversario de Volver al futuro



Si Elena Garro habló de los recuerdos del porvenir como el sueño de una noche revolucionaria de verano, Robert Zemeckis instituyó el regreso al futuro como una legítima aspiración turístico-didáctica-emocional. La posteridad es un estado de ánimo y al mismo tiempo una catarsis, una geografía idílica pero al mismo tiempo tan maleable y dúctil como el pretérito que tiene la facultad de reinventarse cada día, sólo para contradecir al músico profeta José José quien ha insistido con valor y verdad que lo que ya fue... no será, que lo pasado, pasado.

Back to the Future, Volver al futuro, cumple 25 años de haberse convertido en referente cinematográfico ochentero, fuente inagotable de símbolos de la cultura popular, y demás invenciones desmecatadas de la mitología fílmica alrededor de la factoría Spielberg-Lucas que han permeado la vida de no pocas generaciones que no pueden evitar ver a Michael J. Fox, eterno adolescente de mil batallas hormonales, como un icono de las transportaciones espacio-tiempo en sustitución de los viejos maestros del túnel del tiempo, Tony Newman y Douglas Philips, cuyo mejor momento televisivo fue cuando conocen a Maquiavelo como representación del mal.

Zemeckis, encargado de dirigir tamaña saga, hizo de su personaje, Marty McFly, el Luke Skywalker del suburbio con poco pasado, nulo presente y aburrido futuro, una auténtica representación del héroe involuntario e inesperado, cuyas vocaciones son descubiertas al pie del abismo, donde se renuncia a los vértigos o se derrapa en ellos.

Así, Marty McFly se transporta en patineta para ir a la escuela, y para viajar en el tiempo lo hace en un glamoroso De Lorean tuneado por una especie de Einstein de provincias que quiso que su invento tuviera algo de estilo. Marty McFly es un clasemediero promedio, condenado a una vida sin éxitos ni glorias, provisto de pasiones rockanroleras y entusiasmos naturales de su edad, rumiando su inexistente contento por la mediocridad de su familia y el dudoso porvenir que les aguarda como miembros de una clase trabajadora adormecida y vacunada contra cualquier tentación revolucionaria.

Frente a eso, Marty McFly sólo tiene dos manifestaciones de rebeldía: siendo el pequeño Igor de un científico desmelenado y extraviado en un soleado suburbio californiano, Hill Valley, California, que responde al apelativo de Doc; y comportándose cual chivo en cristalería si alguien le dice que es gallina, en una suerte de homenaje por James Dean que, a la menor provocación, era capaz de cualquier cosa si se le retaba de manera ofensiva en sus películas. McFly no es un rebelde con causa; en todo caso, va encontrando causas que le documentan sus rebeldías.

Volver al futuro cumple 25 años y aún escruto las certezas que me dejó en sus tres partes: que el pasado es más incierto que el futuro; que el futuro existe como provocación y que el presente es producto de la neurosis de lo que lo antecede y lo precede. El pasado y el futuro se pueden reescribir, reinventar, reconstruir; son destinos de la historia que pueden ser pervertidos, diría el maese García Ponce, para que al final sean capaces de recuperar la inocencia perdida.

Mi momento favorito: cuando en la pequeña plaza de Hill Valley, antes de que Marty sea perseguido por un montón de gandallas que quieren aplicarle el bullying a conciencia, trepado en una patineta voladora, se ve cómo en el cine exhiben Jaws XXVI, con un tiburón hambriento en tercera dimensión dando mandibulazos.

jairo.calixto@milenio.com
www.twitter.com/jairocalixto

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